domingo, 16 de mayo de 2010

CXXX Semáforos en ámbar.


Volvía de jugar el partido, regresaba en coche, las palomas dormían, eran las doce de la noche de un martes ya miércoles, las doce y uno, las doce y dos, las doce y tres… hasta que un semáforo en rojo de la diagonal detuvo el tiempo de cuatro patines, aquel hombre y aquella mujer se habían frenado en medio del paso de la cebra de la gran avenida, ni el desnivel del asfalto, ni el parpadeo del color verde del peatón sucumbieron al amor de ese beso cerrado. Yo, en el interior de mi coche, solo, pasmado, me quedé observándolos, invadiendo sin permiso, ese momento de dos, hasta que el motorista de mi izquierda interrumpió el trance con un vaporoso sonido de claxon. Arrancaron de nuevo los relojes, ellos, sonrientes, risueños, pidieron perdón por la interrupción del tráfico y rodando y enmanados se apartaron posándose de nuevo en la acera.